lunes, 28 de septiembre de 2020

La modernidad ha fracasado

En los anteriores capítulos se ha tratado aquello imprescindible para la vida en el mundo, independientemente de los aspectos más burdos de la subsistencia; aquello esencial para poder hablar de una vida propiamente humana. Hemos podido rechazar algunas nociones muy arraigadas en las gentes debido a la falta de lógica de las mismas y también hemos dejado bien claro que al hablar de lógica no podemos más que referirnos a los fundamentos mismos de la intelección. Al hacer todo este trabajo ha quedado claro que el hecho de ser humano tiene que ver con la responsabilidad, las capacidades intelectuales no hacen más que arrojar luz sobre la necesidad de actuar en consecuencia con aquello que es profundamente lógico y, de hecho, es el cumplimiento de esta necesidad lo que constituye la responsabilidad misma. Así pues, la responsabilidad no tiene nada de sentimental, entendiendo este sentimentalismo como el ámbito de lo ambiguo, y, más aun, la responsabilidad no puede nunca vincularse al consenso el cual es, por definición, irresponsable. Y esto es así aun cuando, mediante el profundo sentimentalismo, el consenso lleve a la contrahechura de la responsabilidad haciendo llamada a la unanimidad, a la cantidad pura, como autoridad para la definición de cualquier aspecto que se presente en la vida.

No obstante, tenemos actualmente en el mundo una negación completa de todo lo dicho hasta aquí. Desde hace ya varios siglos ha sido impuesta una forma de ver la vida que está basada en la pura irresponsabilidad y desde hace sólo unas pocas décadas esta "visión" se ha convertido en la única deseable e incluso aceptable. Por supuesto, todo esto desafía los fundamentos mismos de la lógica puesto que si la irresponsabilidad es mala, tal y como hemos demostrado en el capítulo anterior, ¿Cómo vivir en un mundo que sólo acepta la irresponsabilidad como modo de vida? Esto debería, en buena lógica, ser inaceptable. El caso es que vivimos en una "cosa" que no solo no rechaza la irresponsabilidad sino que, de hecho, rechaza la responsabilidad misma. Esta "cosa" dice de sí misma ser una civilización, no una más entre muchas si no la Civilización, la única de verdad digna de dicho nombre y debido a esta certeza en su grandeza y unicidad afirma autoritativamente ser la única aceptable. Esta "visión" totalitaria hace de este engendro, que en realidad nunca mereció el título de civilización, no un rival de la civilización sino un usurpador del concepto mismo que ahora trataremos.

Civilización es el nombre que se le da a un determinado orden de cosas en el ámbito del mundo el cual está presidido por la especificidad humana, es decir: los seres humanos, deviniendo conscientes de lo que son, de su dignidad y de su responsabilidad, se someten voluntariamente a la lógica pura que de hecho les hace humanos. Comprendiendo lo que hemos tratado hasta aquí, el ser humano toma consciencia de la necesidad de organizar ordenadamente todos sus asuntos, desde los aspectos más mundanos a los más elevados, para poder ser responsable y evitar la catastrófica irresponsabilidad que arrebataría la dignidad, la cual es imprescindible para mantener la integridad la cual le hace partícipe por identificación a aquello que le define como humano. La civilización se constituye pues con la aplicación en el ámbito del mundo de un orden transcendente a ese mismo mundo. La responsabilidad de la civilización es garantizar un statu quo en el cual cualquier individuo humano pueda acceder a la dignidad que le corresponde por su propia naturaleza. Este ámbito incluye todos los elementos que sean susceptibles de ser utilizados por el hombre pues en caso de dejar alguno fuera el orden estaría incompleto o tendría un elemento disolvente el cual, lógicamente, comprometería el orden general mismo y con él la propia civilización.

Llegados a este punto ya está claro que la irresponsabilidad es inaceptable en una civilización al hacerla de hecho inviable pues, ¿Cómo habría de ser viable si ante la función necesaria para el orden que dicha civilización establece se permite, al mismo tiempo, la falta de responsabilidad en el cumplimiento de tal función? Esta responsabilidad particular es subsidiaria de la responsabilidad total de dicha civilización asentada en torno a sus principios fundamentales, los cuales no pueden ser diferentes de los que hemos tratado hasta aquí, pues entonces serían ilógicos. Así pues, una civilización merecedora de tal nombre debe ser refractaria de la ambigüedad y sus principios fundamentales deben estar totalmente alejados del sentimentalismo y el consenso.

En este punto las gentes protestan: "la modernidad está fundada en la ciencia, la cual es lógica, con lo cual es lo más responsable que de hecho es posible; así pues, la modernidad es una civilización y debido a sus principios de solidaridad, hermandad, etc., es, de hecho, la única civilización deseable". La protesta es inaceptable puesto que la tal ciencia no hace referencia más que a una aproximación cuantitativa, basada en la probabilidad estadística, acerca de asuntos puramente accesorios a la vida, tal y como la hemos definido aquí. La tal ciencia no es lógica en todo el rigor de la palabra pues la probabilidad estadística es ella misma ambigua y el hecho de llamar ciencia a una disciplina autolimitada a la observación de los aspectos más bajos de la existencia, sin tener en cuenta todo aquello que la rebasa, es también ilógico e impropio de una verdadera ciencia. La tal ciencia, lejos de sus megalómanas pretensiones de explicarlo todo, no explica en realidad nada, pues sus conclusiones están contaminadas por la cortedad de miras de sus adeptos y, de hecho, sólo en esta medida "lo explican todo".

Al hacer las cosas de este modo, la tal ciencia demuestra cualquier cosa menos responsabilidad pues empuja a todos los incautos que logra engatusar a una visión completamente fantasiosa del mundo y de la vida. Esto implica que aquellos con mejores disposiciones intelectuales, aquellos que por su propia condición tienden hacia la responsabilidad lógica, queden relegados arrebatándosele así la dignidad a los que más valen, de modo que este "cientificismo" ni llega él mismo a ninguna parte, con su utilitarismo nihilista, ni deja a nadie llegar a algo más que a elucubraciones vacías de significado.

Las gentes finalizan su argumento haciendo llamada al sentimentalismo y la ambigüedad, pero la modernidad da muestras tan sobradas de ser incapaz de cumplir con ninguna de esas pretensiones que no insistiremos en repetir lo que hasta aquí ha quedado como más que evidente siempre que se hace llamada a esos vagos argumentos y declamaciones fraternalistas. El caso es que son éstas precisamente las marcas de la contrahechura, si la modernidad fuese una barbarie sin más no habría tanto problema pues siempre podría civilizarse, pero la modernidad no sólo no admite la posibilidad de ser bárbara sino que se reclama como la única civilización merecedora de tal nombre y lo hace precisamente en este sentimentalismo ambiguo, de buenas intenciones; nociones generales que nadie consideraría malas en sí mismas pero que son tan indefinidas que son, de hecho, imposibles de entender pues la solidaridad, por ejemplo, puede ser entendida de formas contradictorias aun cuando se haga llamada a la universalidad en las dos tesis confrontadas. Así pues, para ilustrar con un caso, la solidaridad entre obreros se dice universal pero entra en contradicción con la solidaridad entre obreras la cual también es universal, según los modernos; si se incluyesen hombres entre las obreras habría insolidaridad para con las mujeres mediante la usurpación de los hombres; si se incluyese a las mujeres en los obreros serían los hombres los que se quejarían pero también las mujeres, de hecho es ahí donde se originó la necesidad de la solidaridad de las obreras. Los modernos no ven aquí la contradicción insalvable entre la división de esos conceptos y la universalidad que se le pretende aplicar, sólo importa el sentimentalismo de "no discriminar a nadie" cuando lo que se ve "discriminado" en semejante asunción es la lógica y aún la inteligencia misma.

Así pues, nunca se hace llamada a la definición de solidaridad y a la raíz de ésta, de hecho, la solidaridad debe ser algo bueno pues si no, por qué hacer referencia a ella como algo deseable; siendo así, debe ser íntegra y no debe haber ambigüedad. Todo ello en su conjunto conduce a la necesidad de una jerarquía de solidaridad puesto que algo mundano puede ser visto como solidario por unos pero como insolidario por otros que prioricen lo elevado; esto, a su vez, hace llamada a la necesidad de una autoridad transcendente que pueda regular la correcta solidaridad en un ámbito dado. Si lo que hacemos es simplemente una llamada sentimental a la solidaridad, sin más, sólo hacemos demagogia que es, exactamente, en lo que se basa la modernidad a la hora de valorarse a sí misma como la única civilización posible.

A estas alturas está todo muy claro, la modernidad es la contrahechura de la civilización y está lo más lejos que es posible de la auténtica civilización. Pero es precisamente por ser una contrahechura que nos vemos en la obligación de declarar que ha fracasado puesto que en sus aspiraciones civilizatorias ha hecho todas las promesas imaginables y, más aun, ha inventado la realización de dichas promesas llevando al mundo a la catástrofe total. Por ejemplo, siempre que se ha visto la incapacidad de la modernidad para garantizar la abundancia se ha forzado el frenesí industrial al límite haciendo una falsa abundancia de cosas innecesarias y fabricando después la necesidad misma de dichas cosas. Al mismo tiempo, se ha incidido en la impostura elaborando la propaganda conducente a olvidar lo que se había prometido en primer término, la abundancia, mediante la saturación masiva de información conducente a la idea general de una tal abundancia: siempre que haya mucho de "esto" se enfatiza el hecho de que eso fue fruto de la modernización, cuando haya poco de "aquello" se enfatiza el hecho de que fue debido a la falta de modernización. Si en China hay arroz fue gracias a los herbicidas, si en África mueren de hambre es porque no modernizaron su agricultura; no existe siquiera la idea de que si hay arroz en China es por que llevan miles de años cultivándolo y saben cómo hacerlo sin necesidad de herbicidas o de que si mueren de hambre en África es por que los modernos destruyeron la sociedades tradicionales que garantizaron siempre la subsistencia y que, de hecho, hicieron de ese continente un lugar de conocida abundancia.

La modernidad es propaganda y uno no puede retirar de su definición la propaganda pues de hacerlo ya sería imposible definir a la modernidad. Por esto es necesario declarar su fracaso pues ella misma jamás lo hará, no puede hacerlo. La modernidad es la traducción colectiva de la ilusión individual de una vida basada en la irresponsabilidad. No se puede esperar que salga de ahí responsabilidad pues uno no trata más que con una influencia psíquica que fue fundada en la base de la irresponsabilidad misma, la cual inevitablemente está arropada con ambigüedad -cómo si no sería siquiera imaginable- y sentimentalismo - cómo si no sería aceptada por la masa-. Es decir, al tratar con la modernidad no tratamos más que con una noción mental tan baja que de hecho se encuentra por debajo de lo racional. De hecho, aquí debería uno preguntarse por qué los modernos no paran de invocar lo "subconsciente" o el "inconsciente colectivo" cada vez que tienen ocasión. De hecho es curioso que los modernos apelen siempre a una supuesta inevitabilidad en sus asuntos generales como siendo estos "naturales" y, sin embargo, a la hora de las consecuencias se hable siempre de como podrían haber sido evitadas de no ser por lo irracional de las masas. Según esto, los procesos económicos son naturales pero cuando estos, a través de la más desenfrenada codicia, generan miseria y esta, a su vez, violencia, no estamos ante algo natural sino ante el fruto de los impulsos "subconscientes". Pero lo cierto es que la modernidad habla muy favorablemente de esos procesos económicos, más aun, los considera imprescindibles para la Civilización y, sin embargo, se desentiende de sus consecuencias como siendo algo ajeno, procedentes de un pasado oscuro y malévolo que, mágicamente, reaparecen de cuando en cuando en forma de "ciclos de desorden" para estropear el paraíso moderno. Todo esto es una irresponsabilidad total, desde luego, pero también una enfermedad mental pues cómo sino puede esto ser entendido como natural e inevitable.

Así pues, en los argumentos de las gentes no hay más que propaganda, la más susceptible de parecer verosímil primero: la "ciencia". Cuando esta ha conseguido confundir a los que hubieran demandado pruebas de viabilidad, viene la segunda remesa propagandística: los "valores". Por supuesto, dichos "valores" no son más que delirios sin fundamento, palabras altisonantes pero conceptos ambiguos, imposibles de llevar a la práctica como es imposible llevar a la práctica el "valor" de la "deliciosidad universal", pongamos por caso. ¿Qué puede ser esto más que un concepto engañoso? ¿Cómo habría de concretarse semejante disparate? Pero la propaganda no pretende concretar nada, sólo pretende obnubilar las mentes y tomar el control de la masa mediante la fabricación del discurso. Esto es la modernidad, un discurso.

El problema es que al eliminar la civilización que estaba antes, el discurso ha parecido una civilización, se ha aparecido a las gentes como una civilización; y es el propio discurso el que ha hecho de la modernidad la única civilización deseable puesto que si todo es propaganda ¿por qué detenerse en ideas realizables? ¿por qué no soñar con lo imposible? La maleabilidad de esta postura moderna de sólo discurso permite atribuirse los "éxitos" y rechazar los fracasos ajustando la propaganda según sea necesario, pues es la sola propaganda la que es tomada como responsabilidad en esta "civilización"; sólo necesita garantizar "el sueño", todo lo demás se apaña como haya menester.

Por esto es necesario el auxilio de la "ciencia" puesto que, para que el conjunto moderno sea verosímil, no sólo debe vender humo a los incautos, debe parecer real, debe tener la base de un conocimiento y este debe ser comprobable experimentalmente. El problema es que esto sigue, aun así, siendo pura propaganda puesto que "un conocimiento" no es el conocimiento, el cual debe ser íntegro, total, para ser base de una civilización auténtica. En cuanto a la comprobación experimental no demuestra nada por sí misma y hay en esto una suerte de superstición de gran importancia para la impostura moderna. Es precisamente aquí donde se establece la conexión con esa pretendida naturalidad y necesidad de los asuntos modernos que hablábamos más atrás. Debido a esa comprobación empírica el disparate, por burdo que sea, ya no es tal y se autoinviste de toda la seriedad y rigor de la observación experimental pareciendo algo incluso trascendente. Se genera así ese fraude intelectual según el cual el aspecto inferior o, si se quiere, material de las cosas es precisamente el garante de su sublimación; y esto es así debido precisamente a su observación minuciosa y rigurosa, lo cual se considera sublime en sí mismo, con lo cual sublima lo que interese en cada caso. A nadie debiera sorprender que la modernidad haya hecho de la observación de las micropartículas de la materia y de los cuerpos celestes del macrocosmos su mayor y más mimado éxito científico y que sea precisamente la completa inutilidad de semejante "obra" su aspecto más "espiritual"; aquello que, siempre según la propaganda moderna, nos va a llevar a descubrir los "misterios del universo".

Una vez aclarado todo esto debemos detenernos aún en el hecho de que la modernidad ha fracasado precisamente al haber triunfado. El triunfo absoluto sobre todas las civilizaciones preexistentes ha presentado un desafío inaudito para la modernidad. Después de siglos de barrer bajo la alfombra sus propias porquerías, la modernidad se ha quedado sin alfombra, ya no queda ningún "sistema" alternativo, ningún chivo expiatorio al que culpar debido a la expansión total de la modernidad en todo el mundo. La única "solución" fue fabricar un enemigo pero esto también planteó un problema, el enemigo tenía que ser, obviamente, la propia modernidad o una de sus partes y, puesto que ya no queda nada más, se hicieron intentos de resucitar ciertas supuestas "tradiciones", pero la mascarada no pasó del ridículo contradictorio entre, por un lado, la más que obvia modernidad de esas supuestas tradiciones y, por otro, la impostura grotesca de su supuesta esencia tradicional puesto que las "autoridades tradicionales" de esos experimentos no eran más que estudiantes universitarios en los centros principales de occidente, donde la propaganda moderna es el pan de cada día. El resultado final es que los modernos se enfrentaron a unas supuestas tradiciones que no eran más que subproductos grotescos de esa misma modernidad infectados con todos sus vicios e incapacitados para otra cosa que no sea la más obscena corrupción.

Es así como hemos llegado al total fracaso moderno, la propaganda ya no puede vender "el sueño" pues se ve obligada, para subsistir, a destruirlo ella misma. Muchos se asombran de por qué se escuchan cada vez más los planes de despoblación mundial, de pauperización de algunas zonas del globo para mantener otras más ricas y pauperización a su vez dentro de las propias zonas en cuestión, pero esta vez a través de una división en "clases sociales". Otros observan aterrados la falta de esperanza en el futuro a través de unas, cada vez más frecuentes, distopías aberrantes en la literatura y el cine que permean, a su vez, a unos supuestos "movimientos sociales" que ni son movimientos, puesto que nunca van más allá de la realidad virtual de las "nuevas tecnologías", ni son sociales, puesto que su núcleo mismo está descaradamente manipulado por manos negras, haya consciencia de ello o no,  que sirven invariablemente a los intereses de unos pocos. Lo cierto es que no hay nada de sorprendente en todo esto, simplemente la modernidad no puede ocultar su fracaso, no es una civilización ni una barbarie siquiera, es una contrahechura monstruosa condenada de antemano a su propia destrucción. Es sólo en la medida en la que permanecemos incapaces de ver su fracaso que estamos expuestos a acompañarla en su funesto final y en la medida que nos acostumbramos a las consecuencias de dicho fracaso que lo llamamos normalidad. Todo esto ocurre a través de los mecanismos propagandísticos que hemos visto más atrás y esto continuará así hasta que la modernidad sea totalmente inviable y, entonces, llamemos a eso "muerte natural" o "inevitable final".

Quien quiera salvarse tendrá que aceptar el fracaso de la modernidad, quien no lo acepte sólo podrá caer víctima de una trampa psíquica que supera con mucho la inteligencia individual; las gentes estarán convencidas de salvarse precisamente porque se ahogan, y se ahogan debido al estrangulamiento mismo que se autoinflingen mientras creen estar escapando de él. Para explicar, en la medida de lo posible, este fenómeno y siguiendo el ejemplo anterior, África estará más y más convencida de su falta de modernización cuantos más africanos se mueran de hambre aunque esto sea debido, en realidad, a las consecuencias de su modernización y es, precisamente, el ver a sus gentes morirse de hambre debido a esas consecuencias modernas lo que hace a los africanos tener clara la necesidad de seguir modernizándose.

Visto desde el otro espectro de la geografía moderna, la falta de futuro de los jóvenes occidentales es consecuencia de los procesos finales de la modernización en ese área geográfica; sin embargo, será imposible encontrar a alguien que aconseje a estos jóvenes otra cosa que continuar la senda macabra de ese proceso suicida. De hecho, confesamos no haber encontrado en ningún lugar ninguna voz que abogue por una salida de la modernidad como posible solución para esta generación expoliada; todo lo contrario, se escuchan por doquier todo tipo de disparates demenciales, vendidos como lo más moderno y deseable, como solución para las vidas indignas de estos desdichados, de los cuales, por lo demás se dice, y además abiertamente, que nunca dejarán de ser adolescentes. La modernidad les ofrece desde la "monetización" de sus vidas privadas -curioso eufemismo para prostitución- hasta la participación en la realidad virtual de las redes sociales como finalidad de una vida robotizada que, de algún modo misterioso, les compensará por su falta de vivienda propia, la imposibilidad de conformar una familia o, simplemente, por el hecho de no poder vivir por sí mismos aun al nivel de la propia subsistencia puesto que, después de todo ¿alguien se ha parado a pensar cómo subsistirá esta generación de "adolescentes perpetuos" cuando mueran sus padres? Ni siquiera haremos referencia aquí a los aspectos más elevados del ser humano pues, aun refiriéndonos a lo que en otros tiempos se consideraba lo mínimo imprescindible para una vida digna, aun así, nos quedamos lo más lejos que de hecho es posible en estas "soluciones" modernas para los jóvenes occidentales.

Por supuesto quienes podrían decir algo al respecto de estas cosas y que pertenecen unánimemente a una generación anterior, están demasiado ocupados en vivir, ellos mismos, la parte "dulce" del sueño moderno en el cual es inimaginable vivir sin la garantía de las comodidades materiales y donde tampoco puede faltar el consuelo "espiritual" que lave sus conciencias, que les ayude a no pensar más que en su propio futuro personal cortoplacista. Nadie sugiere, siquiera sutilmente, que esa carencia de lo más básico para la dignidad de las nuevas generaciones hubiera sido imposible sin la modernización, llevada a cabo en toda su amplitud, y que quizá, solo quizá, la solución sería precisamente dejar el problema, es decir,  a la propia modernidad a un lado y plantear una auténtica solución que sólo podría ser estrictamente "no moderna".

En conclusión, no podemos considerar a la modernidad más que como una pura alucinación aun cuando percibamos sus consecuencias de una forma muy real; un disparate siniestro que, mediante la usurpación y un proceso minucioso de infiltración sostenido en el tiempo, ha logrado hacer pasar por verosímil su "civilización". No puede ser considerada como otra cosa que una alucinación puesto que, de otro modo, caeríamos en la trampa de percibirla como legítima y, una vez digeridas sus propagandas, como, de hecho, la única auténticamente legítima. Compréndase bien que sólo podrá escapar de este monstruoso laberinto aquel que esté dispuesto a asumir su responsabilidad irrenunciable de vivir civilizadamente según el orden trascendente, el cual está enraizado en la lógica pura, la cual, precisamente, le define como humano. Las consecuencias de descuidar esta tarea son tan monstruosas que es difícil encontrar las palabras adecuadas, sin duda lo más aterrador es la pérdida de la noción misma de estar presenciando lo, por lo demás, obvio de esta aberración; esa naturalización de lo anormal, esa certeza del caos inevitable, no puede ser más que la presencia ominosa de lo infra humano invirtiendo todo orden natural auténtico y haciendo, de hecho y al final del proceso, imposible aún la vida misma.

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